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Acuerpada, la revolución desde la narrativa del primer territorio



"Todas somos eslabones de una cadena larga y fuerte". Alex Murray-Lesley utilizó esta frase en el libro 'Revenge of The She Punks' al descubrir un cofre del tesoro de música femenina que habitualmente está oculto en la cultura entre lo estructural, institucional y simbólico. Justo en ese último espacio es donde se han desarrollado diversas revoluciones, influenciadas por conceptos y representaciones colectivas, donde el cuerpo y la socialización nunca están distantes de la construcción social, diálogos constantes sometidos al silencio, el cultivo de la concientización y la continua ruptura del mundo interno, cercano y externo.


Los cuerpos de las mujeres son espacios limitados por la piel donde se libran batallas por la autonomía, la protección y la defensa de los derechos fundamentales. A partir de ese primer territorio se ejercen presiones y restricciones que limitan el ejercicio pleno de la ciudadanía. No son simples entidades físicas, sino que también son el escenario donde se desarrollan y se reflejan dinámicas de poder y dominación, desde lo que se dice y se nombra hasta su libertad o propiedad en el espacio público.


El reconocimiento pleno del cuerpo femenino como unidad autónoma radica en la socialización que han experimentado las mujeres a lo largo de la historia. El espacio personal se entrelaza con la noción de cuerpo de la mujer como un sitio crítico donde convergen múltiples dimensiones de su existencia, como un espacio de opresión y resistencia, un reflejo de las desigualdades de género que persisten en nuestra sociedad, por lo tanto, también vertidas en la música. La piel no es el límite, desde los instrumentos musicales apropiados para el cuerpo femenino, los géneros más relacionados con la feminidad, los temas que se pueden abordar y en relación con qué o quién se manifiesta la mente que habita ese cuerpo, e incluso las garantías y libertades alrededor de ese espacio, que pueden ir desde la libertad de bailar solas hasta nombrarlo, defenderlo, romper formas hegemónicas y llamarle cuerpa.





Del carné que limitaba el baile y las relaciones sociales a las estilizadas coreografías de las bandas de chicas, pasando por el 'Quiero bailar' de Ivy Queen, el performance de 'Un violador en tu camino' de Las Tesis, el sentirse 'Perrísima' de Audry Funk y el profundo abrazo de Prania Esponda en 'Mi cuerpa', hay un mundo de procesos y cambios, que también están relacionados con la evolución de la narrativa en las canciones. Donde primero observamos el androcentrismo (que ya supone habitar un espacio fuera de sí misma) a encontrar recovecos para cuestionar en el espacio privado, brincar en exterior recuperando el espacio público bajo el grito de “¡mujeres al frente!” y empezar a conceptualizar el territorio como el centro de nuestras expresiones, silenciadas y sometidas desde muchas áreas.



  


En el controvertido panorama de la historia cultural, donde la mayoría de las ideas son establecidas y aprobadas desde la universalidad masculina, las expectativas y normas revelan mucho sobre las mentalidades de épocas pasadas, que se siguen perpetuando a través de más de un instante en la posmodernidad. Lo que en 1721 establecía el teórico John Essex en su obra "La conducta de las señoritas, o Reglas para la educación", delineó un conjunto de parámetros que, según él, debían regir el comportamiento femenino.


Estas ideas sobre la música y el género no se limitaban al siglo XVIII. Más de un siglo después, Theodor Adorno abordó cuestiones similares, aunque desde una perspectiva distinta. En su reflexión sobre la tecnología de grabación, Adorno planteó preocupaciones sobre la calidad de las voces femeninas, sugiriendo que su estridencia las hacía inapropiadas para ser registradas. Esta percepción de las voces femeninas como "chillonas y agudas" no solo limitaba su participación en el ámbito musical, sino que también reflejaba una concepción más amplia de la disyunción entre la expresión y el cuerpo femenino. Nuevamente una forma de silenciamiento.


Treinta años después de las afirmaciones de Adorno, esas voces chillonas eran la tendencia más importante en la industria de la música, impactando tanto el juego de voces de las primeras canciones de los Beatles como en una generación que posteriormente realizaría punk, pero en procesos temporales sumamente diferentes entre la voz activa y la voz aparentemente pasiva, extensión de una manifestación cultural del sistema de producción, donde los deseos patriarcales y la adopción de la cultura hegemónica serían una pauta para encontrar primero el cuerpo y después la voz.


A principios de la década de 1960, las niñas estadounidenses se embarcaron en un viaje de autoexploración a través de actuaciones dentro del espacio privado, como lo describe la musicóloga experta en estudios de género Jacqueline Warwick en su libro 'Girl Groups, Girl Culture, Popular Music and Identity in the 1960s'. La imitación de posturas realizadas por las bandas de chicas iba más allá de un simple proceso de emulación vocal y manifestación de ideas volcadas en las letras, sino también la ejecución de una coreografía, sin causar tanta alarma entre las buenas conciencias de la época, ya que encarnaba un lenguaje específico de feminidad, delineando por el cómo sentirse niñas en desarrollo para la aprobación masculina a través de gestos y movimientos, sin romper las ataduras del cuerpo como sucedió con el vals, can-can, tango, charlestón, rock and roll, twist y recientemente el reggaeton. No importa en qué época lo leas, lo más escandalizante del baile es quién lo practica: las mujeres.


Regresando por un momento a la recreación del baile en lo privado, hay rupturas incentivadas por las canciones, el más claro ejemplo es de 'The Locomotion', canción compuesta por Carole King e interpretada por Little Eva, que desde el juego fomentaba el movimiento individual. Esta música y su asociación con el baile revolucionaron la cultura adolescente al liberar a las niñas de los roles tradicionales de género en la pista de baile. Ya no era necesario que los niños lideraran y las niñas siguieran; las chicas ganaron autonomía y control sobre su cuerpo.


Este cambio en la dinámica del baile adolescente aún resuena en la actualidad, reflejado en la popularidad de plataformas como TikTok entre las adolescentes, que por ejemplo conectan los movimientos de Lizzo en 'About Damn Time' con expresiones de autonomía y autoafirmación totalmente desligadas de la narrativa vertida en las canciones de las bandas de chicas, tan regidas por conceptos del amor romántico. Todavía estamos muy lejos de la narrativa que retumba entre la coreografía y el discurso de 'Un violador en tu camino' de Las Tesis, pero estamos ante un proceso que involucra el fortalecimiento del primer territorio, el cuerpo, y la voz ligada al pensamiento.



EVOLUCIÓN NARRATIVA

Dentro de estos parámetros se sostiene la creencia de que el impacto de los hombres es más sustancial, perdurable y genuino. Son los rebeldes, los reflexivos y los dedicados quienes emergen como líderes de la contracultura, forjando y escribiendo la historia. En contraposición, se minimiza el impacto de las mujeres, catalogándolo como efímero, superficial y trivial. Los estudios culturales que abordan la rebelión adolescente tienden a enfocarse en la alienación y el malestar masculino, relegándonos a estereotipos de frivolidad e histeria, retratándonos como simples espectadoras que gritan y se desmayan ante sus ídolos musicales, reduciéndolas a consumidoras de modas más que de música y que por supuesto no pueden enunciar tres canciones del grupo que muestran en su camiseta.


Las mujeres nos hallamos atrapadas en un dilema: al sumarnos a los discursos musicales predominantes liderados por hombres, nos vemos limitadas a roles de seguidoras o, en el mejor de los casos, consideradas como "hombres honorarios". Sin embargo, al suscribirnos a una música con enfoque femenino, somos menospreciadas por abrazar lo que se considera trivial en la corriente principal. Las actitudes peyorativas hacia las niñas y adolescentes en relación con la música popular refuerzan la idea de que son meras seguidoras y receptores pasivos de la creatividad musical masculina.


Este trato condescendiente las posiciona como reaccionarias y pasivas, en marcado contraste con la imagen de los jóvenes innovadores y rebeldes cuya música se considera privilegiada. De manera similar, la música asociada principalmente con audiencias femeninas tiende a ser etiquetada como "femenina" por asociación, ignorando el género real de los artistas intérpretes o ejecutantes.


La serie de la BBC 'Britannia' ofrece una perspectiva sobre la evolución de las letras en la música popular, explorando géneros como el rock, el reggae, el punk y el synth pop. A través de este recorrido musical, podemos trazar la historia de la narrativa masculina en la música desde sus raíces hasta sus formas más contemporáneas. Desde los primeros días del rock and roll, donde la trama típica era el encuentro entre chico y chica, la voz permanentemente es un proceso de transformación activo. Por ejemplo, en el rock progresivo habla del enfoque que se desplaza hacia el interior del chico, explorando su psique y emociones en un nivel más profundo y reflexivo.


Este cambio marca una transición hacia una narrativa más introspectiva y filosófica. Con la llegada del heavy metal, la narrativa se vuelve más oscura y visceral, centrándose en la confrontación del chico con su lado más salvaje y primario, simbolizado por la figura de "la bestia". El reggae, por su parte, introduce una perspectiva más amplia y conectada con la naturaleza, donde el chico descubre la trascendencia de su ser en el contexto del universo y su relación con la tierra y la espiritualidad. El punk emerge como una expresión de rabia y rebeldía, donde el chico canaliza su enojo hacia el sistema y las injusticias sociales, dando voz a la frustración y la disidencia. Finalmente, el synth pop ofrece una visión más melancólica y solitaria, donde el chico descubre que puede encontrar liberación y consuelo a través del baile y la música, incluso en medio de la soledad.


La evolución en las letras masculinas refleja no solo cambios en la música misma, sino también transformaciones en la sociedad y la cultura, ofreciendo una ventana única a la experiencia del desarrollo de los géneros musicales, que por supuesto no incluye a las mujeres. La evolución de nuestra narrativa en las canciones parte de lugares diferentes, porque desde el ámbito privado empieza a romper normas, incluso de quien compone las letras, reflejando un cambio significativo en la forma en que las mujeres se representan a sí mismas y se relacionan con el mundo que las rodea.


Históricamente, la narrativa femenina en la música ha estado influenciada por el androcentrismo, con una representación limitada y a menudo estereotipada de las mujeres en los diferentes espacios que ocupa su cuerpo y su mente, donde sus experiencias, emociones y perspectivas no siempre se han reflejado con precisión, sino que se convierten en una extensión de lo que deberían ser.


No es que antes del punk las mujeres no compusieran canciones, pero la adquisición de derechos y la inserción de las mujeres en espacios educativos y laborales no ocurrió de la noche a la mañana. De la misma manera, los temas fueron evolucionando, cuestionándose y desafiando los roles de género tradicionales, así como las normas sociales y culturales que dictan cómo deben comportarse, sentirse y expresarse.


El cambio se ha reflejado en la música a través de letras que exploran temas como la autoaceptación, la autonomía, la igualdad de género y la resistencia contra la opresión. Del “lo que significo para él”, centrado en las experiencias y emociones como objetos de deseo, de amor o simplemente complementos de los personajes masculinos, con toda la carga de expectativas y presiones sociales, es notable el desafío activo de estas normas y la búsqueda por una autodefinición a partir de las letras de las canciones.


Como mujeres, cuestionaron constantemente su lugar en el espacio privado y público. En el espacio privado, se preguntaron cómo podían desafiar y subvertir los roles de género tradicionales dentro de sus relaciones personales y familiares. En el espacio público, se enfrentaron a barreras y discriminación basadas en el género, lo que les llevó a cuestionar cómo podían reclamar y afirmar su lugar en la sociedad como mujer con derechos sobre su cuerpo y con una potente voz propia. En pocas palabras, de mujeres al frente a mujeres al centro del discurso público y político.


En el contexto de la música, poner a las mujeres al centro significa crear un espacio donde las mujeres puedan contar sus propias historias, expresar sus propias verdades y afirmar su propia autonomía y poder. Esto puede manifestarse a través de letras que celebran la diversidad de experiencias y perspectivas femeninas, así como a través de la promoción de artistas y la creación de espacios seguros y accesibles para las mujeres en la industria musical.


MÚSICA DE MUJERES

Es interesante observar cómo estas percepciones persistieron a lo largo del tiempo, trascendiendo contextos sociales e históricos, limitando a través de la ejecución de instrumentos la participación en el ámbito musical a partir de valores culturales, tradiciones y limitaciones del territorio femenino, estableciendo categorías significativas de identidad y pertenencia, extendido también a los estilos musicales y hasta los temas que se debían abordar.


Como lo dijo Björk en algún momento, siempre fue consciente de que ha estado trabajando con temas sobre los que las mujeres no suelen escribir por una tradición impuesta: “A los hombres se les permite pasar de un tema a otro, hacer ciencia ficción, piezas de época, ser cómicos y bufonescos, ser nerds de la música que se pierden en la escultura de paisajes sonoros, pero no a las mujeres. Si no nos abrimos el pecho y sangramos por los hombres y niños en nuestras vidas, estamos engañando a nuestra audiencia”.


Incluso se ha resignificado el término “música de mujeres” para restarle importancia a la obra, cuando la expresión utilizada por los sellos Olivia Records y Women’s Wax Work en 1973 tenía como objetivo sumar al concepto “herstory” desarrollado en el movimiento de liberación femenina. La industria y críticos lo adoptaron para nombrar de forma peyorativa o condescendiente. El término se convirtió en un nicho donde se minimizó su importancia en comparación con la música creada por hombres.


Lo que proponía la escritora y activista Robin Morgan en su antología 'Sisterhood Is Powerful' significaba mirar a las mujeres como generadoras de cultura y agentes de transformación, donde el proceso de construcción de la identidad también es atravesado desde y por la música, ubicamos sus historias en los contextos sociales e históricos con una narrativa más amplia, abarcando temas compartidos y con diferentes significados.


RESIGNIFICACIÓN DE LA IDENTIDAD

Como narradoras de su propia experiencia, el género como construcción social y cultural que se produce históricamente se vuelve susceptible a ser transformado desde la música y desde todos los géneros, por supuesto en unos se nota más que en otros, pero la realidad es que siempre se rompe algo en el proceso. El punk es el mejor ejemplo de cómo se rompieron reglas desde el cuerpo y la palabra, participan activamente en la construcción de una nueva conciencia. Las canciones se convirtieron en vehículos para expresar ideas políticas y sociales, desafiando las normas de género y explorando temas desde la experiencia cotidiana que habían sido ignorados o minimizados, como la menstruación y los quehaceres domésticos, así como el lesbianismo, el abuso sexual y la violencia privada y pública, desde un impulso inclusivo y desafiante que abrió las puertas a la diversidad y la representación del cuerpo y la pela de punkta como herramienta de resistencia.


Podría seguir la ruta hacia el movimiento riot grrrl, pero me gusta más tomar el camino hacia la decolonización de la palabra se encuentra con el ritmo, con las raperas en Abya Yala construyendo una contramemoria, la reapropiación y la recreación de los saberes borrados y fragmentados por las prácticas patriarcales de organización del conocimiento. En la actualidad, son las que provocan las fisuras en la estabilidad del sistema dominante, desarticulan y recuperan la capacidad de auto-representación individual y social, dentro de una dinámica donde se propician encuentros entre la mente y la convivencia con las otras, donde muchas veces se reivindica el cuerpo desde otro género musical.


Si se perrea y luego se existe es una cuestión circunstancial fascinante, es la nueva ruta para apropiarse del cuerpo en el espacio público, definitivamente estamos lejos de los movimientos estilizados de las niñas frente al espejo. Obviamente el reggaeton no es feminista, más bien se ha convertido en una herramienta. La idea detrás de la canción 'Yo quiero bailar' de Ivy Queen resuena tanto como hace 20 años, no es gratuito que las chilenas la corearan en la marcha del 8M del 2020 y que fuera parte de la playlist de vacunación de Covid-19 de la población de 18 a 29 años en la CDMX, tampoco que sigan apareciendo espacios seguros para aprender twerking promovidos por lesbofeministas y que al mismo tiempo las necesidades de cambio en un país donde se asesinan a 11 mujeres diariamente, se canalicen a través de los sonidos urbanos, donde la piel se mueve al ritmo de una decisión política.


Este artículo se publicó en una versión más corta en la revista Generación en el 2024

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