Portada del sencillo Ella quiere papaya de Lea Shico |
En la era digital actual, la música ha experimentado una transformación significativa en términos de producción, distribución y consumo. A pesar de las ansiedades comunes en torno al supuesto nuevo surgimiento de la música sexualmente explícita, es importante reconocer que las canciones de este tipo tienen una larga historia que se remonta al menos a la década de 1920, el dirty blues probablemente es el primer género censurado por la radio, junto con otros movimientos (corporales y muicales) que han seguido sus pasos.
En este contexto histórico, la responsabilidad de las y los artistas adquiere una nueva dimensión. No se trata solo de abordar temas sensibles en el presente, sino de comprender la conexión entre la música actual y sus raíces en movimientos anteriores. La sexualidad en la música, cuando se maneja con conciencia y respeto, puede ser una herramienta poderosa para desafiar normas y expresar realidades sociales.
Géneros considerados "sucios", como el dirty blues y el dirty rap, ahora los corridos tumbados y el reggaeton, han creado un espacio para la subversión, pero también reproducen aspectos dañinos de la cultura y la sociedad. Un ejemplo de esto es la tendencia a valorar a las mujeres únicamente por su percepción de accesibilidad sexual, pero también se ha demostrado que la sexualidad en la música puede ser liberadora, excitante y francamente divertida, un ejemplo es 'Maki' de Isleña Antumalen o el bellakeo lencho de Lea Shico y Sarmiento.
La era digital actual ha empujado una transformación significativa en términos de producción, distribución y consumo. Sin embargo, esta revolución no está exenta de controversias, especialmente cuando se trata de abordar temas como la violencia de género. La reproducción de discursos que antes eran normalizados pero que ahora se cuestionan, ha llevado a debates sobre el papel de creadores y creadoras y la responsabilidad que tienen programadores al divulgar canciones, medios que brindan espacios y quienes consumen música.
Se ha señalado la existencia de un nuevo puritanismo, una tendencia hacia la cancelación y la policía de la corrección política. Más allá de etiquetas, es evidente que la normalización de la violencia de género no puede pasar desapercibida. Las voces que se ven afectadas por esta problemática reclaman espacios y exigen un cambio en el marco de referencia. La cancelación, lejos de ser simplemente una tendencia, representa un llamado a la responsabilidad por parte de quienes contribuyen a la reproducción de discursos perjudiciales.
En el contexto actual de alcance masivo y falta de control por parte de la industria, la música, ya sea explícita o no, está disponible para personas de todas las edades. La disminución de dispositivos físicos para música ha permitido a los sellos discográficos producir y distribuir contenido sin las restricciones regulatorias del pasado. Esta libertad, sin embargo, plantea preguntas sobre la necesidad de filtros o cadenas de aprobación para prevenir la propagación de contenidos perjudiciales.
La industria musical ha evolucionado, y con ella, la responsabilidad de los artistas. Hace dos décadas, producir música explícita limitaba la distribución a una audiencia adulta, incentivando la creación y comercialización de música no explícita. Ahora, la pregunta es si los artistas deben autorestringirse para evitar impactos dañinos.
La respuesta a la libertad de expresión no es simple, ya que la música refleja la sociedad y sus problemáticas, como la misoginia, la diferencia es la misma que problematiza. La era digital ha transformado la música y plantea desafíos éticos. La responsabilidad de abordar temas sensibles no solo recae en cambiar la música en sí, sino en adoptar una conciencia sobre el impacto.
La industria musical ha evolucionado de manera considerable, y la llegada de la música digital ha cambiado la dinámica de la distribución. Sin embargo, la responsabilidad de artistas, disqueras y medios no puede desvincularse de la historia de la música y su impacto en la sociedad. La libertad artística para expresarse debe coexistir con una comprensión más profunda de cómo sus creaciones pueden influir en la percepción y el trato de ciertos grupos, especialmente en lo que respecta a la cosificación de las mujeres.
La autocensura puede parecer restrictiva, pero la reflexión sobre el impacto cultural y social de la música es esencial. La música sexualmente explícita no tiene por qué ser inherentemente perjudicial, pero sí puede convertirse en un vehículo para la reproducción de estereotipos y desigualdades. La conciencia y responsabilidad social pueden ayudar a equilibrar la expresión artística con el respeto por la diversidad y la eliminación de elementos dañinos arraigados en la misma sociedad y su reproducción en la cultura musical.
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